Un piso en Zaragoza.
En Delicias, una calle que conecta con la Estación de Trenes.
Un piso vivido. Usado. Con huellas de vida en cada rincón.
¿Reformas? Sí, las necesita. Pero hay algo más.
Ese encanto que pocos ven. Espacio de sobra para una familia. Plaza de garaje. Trastero.
El piso más grande de la zona.
Pero había un problema.
El precio.
El propietario hizo lo que muchos en Zaragoza hacen. Miró el precio del vecino, añadió un margen y listo. Sin pensar en el mercado. Sin pensar en lo que 293 días anunciado podían decir.
Al principio, llamadas. Consultas. Alguna visita.
Pero pasaban los días.
Silencio. Un eco en un piso vacío.
un piso que tardó 293 días en empezar a venderse.
¿Qué falla? ¿El piso? ¿El dueño?
Bombarda, en Delicias, con precios inflados. Un espejismo. Vendedores soñando, compradores huyendo.
El propietario bajó el precio. Un poco. Luego más.
Hasta que llegó a un punto absurdo. Y aun así, nada.
Ni una oferta seria. Ni un vistazo extra.
El error, evidente. Tan claro como las luces de la ciudad reflejadas en las ventanas.
La solución… otra historia.
Porque no es solo cuestión de rebajar. No es esperar a que alguien toque el timbre por arte de magia.
Es algo más.
Algo que no todos saben ver.
¿Sabes qué es?
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